domingo, 23 de septiembre de 2007

Mishima...La ley de un samurai


A veces resulta difícil encontrar un kiosko debido a que está tapado por los enormes coleccionables que cuelgan y crecen en las inmediaciones de éste. Encontrar pues al kioskero, que se supone que habita bajo la avalancha de libros, revistas y deuvedeses, es ya pues tarea imposible. Pero no hace mucho quedé impresionado al ver que la colección “Biblioteca oriental” vendía ni más ni menos que el genial “Confesiones de una máscara” del gran Yukio Mishima.
Tras leerlo del tirón me apeteció enormemente escribir unas pocas líneas sobre este inigualable personaje que puso en jaque a su Japón natal.
Mishima es considerado por muchos el mejor escritor japonés del siglo XX y de hecho no ganó el premio Nobel del 68 pues se falló a favor de su compatriota
Yasunari Kawabata. Dos años más tarde Mishima terminaría con su vida a modo de Grand Finale con una de las mayores Performances de la historia.
Mishima nació en 1925 y siempre fue un niño enfermizo y enclenque. Su primer orgasmo se produce a los 13 años al visionar una imagen de San Sebastián atado con los brazos levantados y traspasado por varias flechas. Esa visión le perseguiría toda su vida y su desviación sadomasoquista, su fetichismo y sus devaneos de grandeza no hicieron más que crecer y crecer. De hecho el libro en cuestión: “Confesiones de una máscara” es una autobiografía realizada con 23 años y es considerada una de las mejores confesiones de caso clínico escritas. A partir de entonces sus personajes ficticios tienen esa aura de enfermedad y autodestrucción.
Tras alcanzar una superioridad total en el campo de las letras, Mishima decide que hay otros aspectos que debe mejorar para alcanzar la perfección. De ser un enclenque pasa a ser un auténtico cachas narcisista. El amor a su propio cuerpo y la búsqueda de la perfección le llevan a hacer chipiriflauteces tales como: componer una ópera en dos días, obtener campeonatos de kárate y esgrima, dirigir orquestas sinfónicas y… lo mejor de todo: ¡crear un ejército propio!
Sí, aunque resulte totalmente absurdo Mishima creó a mediados de los 60 un ejército de samurais que entrenaba diariamente corriendo por el Fujiyama. Lo más espectacular de todo es que sus secuaces no cobraban un mísero yen por pertenecer a la tropa.
Ya en plena borrachera nacionalista, caracterizada por la búsqueda de los ideales samurais, Mishima participa en películas como actor, se fotografía desnudo y pese a que su propio país le permite sus habituales salidas de tono, la cosa se les empieza a escapar de las manos. La bomba Mishima había iniciado la cuenta atrás.
Y llegó el día. Mishima y su ejército toman empuñando espadas samurais el ministerio de defensa y amordazan al mismísimo jefe del ejército japonés. Los propios soldados se quedan ojipláticos al ver que el genial escritor está intentando dar una especie de golpe de estado. Convoca a la prensa y anuncia un discurso para las masas anunciando que tiene varios rehenes.
La TV y la multitud acuden a ver “qué coño pasa”. Un Mishima salido de madre intenta hablar pero se encabrona al ver que el ruido de los helicópteros hace que sus palabras sean inaudibles. Molesto y genial como siempre decide terminar con su demente obra y tras haceres el harakiri (Apuñalarse en el pecho y desgarrarse las entrañas removiendo el cuchillo), su fiel segundo de a bordo le rebana la cabeza con la katana ante el amordazado y sorprendido jefe del ejército. Tras matar a su comandante el resto de miembros del ejército hacen lo propio.
La conmoción nacional e internacional es evidente. Nadie sale de su asombro. Tras la autopsia queda patente que Mishima cuidó hasta el más último de los detalles. Su narcisismo era tal que se metió vía anal cantidades ingentes de algodón para que no escaparan sus defecaciones y le estropearan un final digno de película.
Evidentemente existe una película del 84 sobre nuestro particular personaje con productores tales como Steven Spielberg y Francis Ford Coppola.
Mishima es uno de esos freaks casi desconocidos aquí pero que llegaron a hacer tambalear a su propio país. Un genial escritor con obras más que recomendables si bien no siempre fáciles de encontrar. Recomendar especialmente “Confesiones de una máscara” y “El pabellón de oro” de la misma colección. Alianza editorial ha editado “El marino que perdió la gracia del mar” y “El rumor del oleaje”. Más material no he encontrado pero ya aviso que sus últimas obras son delirios de grandeza, chipiriflauteces y exaltación nacional.

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