martes, 25 de diciembre de 2007

Entrevista con el narrador y periodista Augusto Rubio Acosta



Mundo cachina: el mundo marginal convertido en crónica


Juan Salazar Beraún

Más de diez años después hemos vuelto a ver en persona a Augusto Rubio Acosta, viejo compañero de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas y habitante permanente de ese nunca bien comprendido mundillo literario peruano. De la época de las aulas y de Mapa cultural, la revista que publicáramos durante nuestras últimas temporadas en San Marcos, no le queda sino la voracidad por la lectura, el caminar apurado y ese aparente halo de tristeza o taciturnidad que se quiebra con la confianza de los libros y la alegría de los días. Pero hablemos mejor de Mundo cachina (Río Santa Editores, 2007) el nuevo libro de este incansable habitante del lenguaje.

Augusto, quienes te conocemos desde hace mucho te recordamos siempre apegado a las formas no tradicionales de la escritura, al lenguaje coloquial. Estoy hablando de El Comando y también de las primeras publicaciones que los cursos de la universidad nos obligaban a producir. Al leer tus libros hemos constatado que esto no ha cambiado; al contrario, como que se ha acentuado esta característica en tu trabajo literario junto a un marcado aliento lírico. ¿Cuál es tu reflexión sobre esto?

A ver, El Comando siempre fue una revista donde era posible volcar las experiencias del barrista de Alianza y nació con ese objetivo: era una revista para el hincha de tribuna popular. En ese sentido siempre consideré que el lenguaje propio de la conversación debía ser registrada en la revista y en las obras escritas llamadas “formales”. El habla coloquial brota, natural y espontáneamente de la conversación de mis personajes, de mí mismo. Yo no dejo a un lado las manifestaciones lingüísticas conscientemente formuladas y quizá más cerebrales, lo que sucede es que quienes mayormente hablan en mis libros son gente del mundo marginal, desclasados y personajes que se comunican a diario en términos no académicos. Eso no quiere decir que no cuide que no se filtren impropiedades, cacofonías o códigos poco elaborados. A mi me agrada este tipo de lenguaje porque lo siento más afectivo, más musical, más cercano a la gente, al pueblo.

¿Cómo así te animaste a publicar narrativa?, cuéntale a los lectores de Máquina Zine ¿cómo acabaste haciéndote un narrador?

Aunque no lo creas, eso no es tan sencillo de explicar; digamos que las cosas sucedieron en el camino. Antes de publicar mi primer libro de cuentos Avenida indiferencia (Altazor, Lima, 2007) tenía al menos una docena de historias trabajadas a lo largo de varios años, las mismas que tuve que echar al cesto de la basura y del olvido porque después de mostrárselas a algunos amigos narradores caí en la conclusión de que no servían y constituían un mero ejercicio narrativo. A mi me dio mucha pena dejar de lado esos relatos porque fueron parte de una época maravillosa en mi vida. En ellos los personajes eran mayormente hombres y mujeres de teatro, que -como tú sabes- es una de mis pasiones. Incluso recuerdo que llegué a armar las historias a manera de librito artesanal. Remember Miraflores se llamaba ese conjunto. De esos relatos sólo rescate uno –modificado y recortado- en Avenida indiferencia, es una historia que habla del mundo de las tablas y quedó finalista en un concurso regional de cuento organizado allá por 1998 en un distrito ubicado al sur de mi ciudad.

Bueno, ¿y?...

Como te decía las cosas sucedieron en el camino. Después de la universidad volví a Chimbote, mi ciudad natal, donde inicialmente trabajé en cosas que no tenían absolutamente nada que ver con el periodismo, pero que me sirvieron de mucho para conocer otros mundos y personajes que de a pocos fui adoptando en mis nuevas historias. Empecé a publicar crónicas en el Diario La Industria de Chimbote, donde ya habían estado apareciendo mis artículos de opinión. Me vinculé al Grupo de Literatura Isla Blanca, donde aprendí bastante al lado de experimentados escritores del lugar donde nací, y poco a poco -con la lectura- fui afinando más el estilo. Avenida indiferencia salió a la luz en 2005, pero el libro estuvo listo desde el 2000. Lo que uno tiene que sufrir para que un editor se fije en tu trabajo… Felizmente hasta ahora mis libros han sido publicados por universidades o por editoras que han creído en mis textos; yo no he tenido que invertir un sol en la edición de ninguno de mis libros.

¿Qué tan estrecha es la relación entre Mundo cachina y tu trabajo periodístico?

A este libro yo le tengo un cariño especial. La mayoría de crónicas reunidas en ese libro aparecieron primero en La Industria de Chimbote, medio de comunicación donde trabajaba y que me permitió adentrarme en los espacios más disímiles y marginales de la ciudad. Durante buen tiempo anduve coleccionando crónicas producto de vivencias y conversaciones con alcohólicos, prostitutas, drogadictos, barras bravas, músicos populares, habitantes de barriadas, botaderos de basura, también crónicas respecto a mis preocupaciones como ciudadano y lector: la lamentable situación de la biblioteca de mi ciudad, reflexiones en torno a la lectura, la poesía, viajes, en fin, temas diversos. Mundo cachina se debe a todo eso y su vínculo con el ejercicio periodístico es tan evidente que a muchos periodistas que conozco les ha encantado el libro en tanto tiene esa impronta propia de las redacciones de diario.

¿Escribir es un sino?

Uno tiene el destino que se busca, el destino que te haces. Y si eres escritor, pues tendrás el destino que te has hecho con lo que has escrito, con tus libros. Desde que me di cuenta de mi verdadera pasión le puse mucho punche a mi trabajo creativo, a leer como un descosido, aunque confieso que he pasado largas temporadas alejado de un trabajo sostenido debido a que el trabajo que tenía muchas veces se convirtió en un obstáculo para escribir. Felizmente siempre he vuelto al ruedo, me siento muy cómodo aquí aunque no me considero un escritor disciplinado; ojalá con el tiempo lo fuera.
Hace un rato decías que Mundo cachina significaba el fin de una etapa en tu producción literaria.

¿Qué se supone que deben esperar los lectores?

Nada en especial seguramente. Lo que pasa es que con este libro siento como que cierro un ciclo e inicio otro. Vengo trabajando un proyecto editorial que acaba de iniciarse y eso me va a absorber en cuanto a tiempo se refiere; eso no significa que continuaré escribiendo, al contrario. Voy a seguir “limpiando” y alimentando mi nuevo libro de cuentos, el mismo que se va a tomar todo el tiempo del mundo para ver la luz. De igual forma los poemas y las crónicas que ya empezaron a apilarse en el escritorio. La difusión de la actividad cultural a través del programa de radio, el periódico donde escribo y el blog que administro (http://www.mareacultural.blogspot.com/) es algo que siempre voy a mantener en tanto eso se ha vuelto parte de mí desde hace mucho y es algo que realizo con sumo agrado. Con Mundo cachina se cierra una etapa. Ahora mismo estoy armando un libro de crítica literaria en torno al Grupo de Literatura Isla Blanca, el colectivo cultural que me vio nacer, y eso ya está inscrito dentro de mis nuevas actividades.

¿Dónde se puede adquirir tu libro?

Para empezar en la editora misma que lo sacó a la luz: Río Santa Editores (Chimbote). En Lima puede ser adquirido en el Bulevar Cultural de Kilka y si prefieren las compras por internet pues basta sólo comunicarse vía el blog que administro. Ah, lo olvidaba, mi libro también está a la venta en La Cachina, el mercado marginal del lugar donde nací; hay dos o tres cachineros y cámaras de gas donde se está vendiendo el libro. Cuidado nomás con los choros; vayan misios, sólo con el dinero justo cuando vayan a adquirir el libro.

viernes, 7 de diciembre de 2007

él sigue aquí

Se ha ido el pintor de la bohemia, de los marginales y la plástica peruana está de duelo


Nadie como Francisco Izquierdo López pintó a los parias, a los obreros sin trabajo, a la gente del campo, burdeleros, alcohólicos, bohemios y a tanto personaje marginal que en la praxis fueron sus hermanos, uno más de la familia. Ha muerto Pancho Izquierdo porque la enfermedad que lo atosigaba se lo llevó, pero a nosotros nos quedan sus dibujos y pinturas en decenas de revistas de literatura que guardamos en casa y en las tantas portadas de libros que ilustró.Hijo del notable escritor Francisco Izquierdo Ríos (autor de "El bagrecico"), "Pancho" había nacido en Jumbrilla, en el departamento de Amazonas, en 1938. Desde allí, bosque adentro, remontó ríos, dificultades propias e inició sus estudios de Derecho en la Universidad de San Marcos. Pero "Panchito", más que un hombre de derecho, era un apasionado del arte y por eso abandonó sus estudios de leyes para hacerse pintor. Fue un autodidacta; sin embargo, la calidad de sus trabajos y su elevada técnica lo llevaron a dictar los cursos de Dibujo, Pintura y Mural, en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes de Lima. Izquierdo destacó como un pintor realista de temática netamente campesina y obrera. Además era un experto muralista. Su último trabajo, realizado en el año 2004, fue el mural "Historia de la Humanidad", trabajo que se encuentra en Centro Cultural de Ciencias y Humanidades de San Marcos.Pancho Izquierdo se ha ido. Sus amigos, compañeros artistas y autoridades de San Marcos (sus restos fueron velados en la Casona de la UNMSM) acompañaron ayer al pintor hasta su última morada en el camposanto de Huachipa. Adiós Pancho, nunca te olvidaremos, maestro.

good bye...Lennon

Imagine


Imagina un 8 de diciembre de 1980 en Nueva York. Era de noche y John Lennon regresaba de un paseo por Central Park junto con su compañera Yoko Ono.

De pronto, se escuchó una voz, —“¡John, John!”— y “el maestro” volteó, simultáneamente un estruendo sacudió la calle y un capítulo de toda una generación quedó escrito con sangre.

Hace 27 años se cerró un ciclo dentro de la historia musical contemporánea con la desaparición de Lennon, para muchos un poeta, soñador, pacífico y revolucionario.

Imagina el cielo de Londres, alumbrado por reflectores que apuntan hacía la bóveda celeste, los aviones nazis bombardean la capital inglesa y en un hospital nacía un pequeño. Era junio de 1940. John Lennon tuvo una infancia difícil, con una madre que lo abandonó en los brazos de su hermana. Imagina a John Lennon en el puerto de Liverpool junto con su amigo Paul McCartney, joven inquieto igual que él, cuyo deseo era formar una banda de rock y blues para embarcarse ambos en una aventura musical con artistas en ciernes como George Harrison y Pete Best. Imagina ahora el año de 1960 y un lugar conocido como La Caverna, en Liverpool, donde los jovencitos tienen un espacio para el entretenimiento. Ahí empezaron a convivir Lennon, Paul MacCartney, George Harrison y Richard Starkey. De pronto la chispa visionaria de Brian Epstein, judío errante del siglo XX, hace que la leyenda nazca al adoptar al grupo y bautizarlo como The Beatles. “Love me do” y “Please, Please me” son las canciones que les abren las puertas apenas un par de años después del encuentro. Sin embargo, “I Want a Hold Your Hand” y “She Loves You” confirman el talento de la pareja Lennon-McCartney. Lennon, irreverente por naturaleza, tuvo a bien dominar sus ímpetus, aunque hablar con él era para los buscadores de la nota garantía inequívoca de polémica. Cómo olvidar aquel detalle en un recital ante la nobleza, encabezada por la reina Isabel II, cuando les pidió que en lugar de aplaudir sacudieran sus joyas. Para ese entonces, el jefe Lennon ya estaba casado con Cinthya, una chica que fue su novia desde sus inicios en los tugurios de Hamburgo, de esa relación nace Julian, hijo deseado a quien tiene que dejar por las múltiples giras del grupo que lo llevaron a un divorcio. Ahora imagina, 8 años —desde 1962 hasta 1970— de una trayectoria de arrollador éxito por todo el mundo, discos de oro, dos películas (“A Hard Day Night” y “Help”) y la fama. Por lo menos 27 de sus temas se colocaron en los primeros lugares en ventas de discos y preferencias. De pronto, en 1965 llegó la primera señal de lo que sería el distanciamiento: se temía que el concierto en San Francisco fuera el último. John, George, Paul y Ringo estaban hartos, de cumplir con su papel de ser el grupo de moda. El respiro a la creatividad era lo más recomendable y así llegó 1966 con el lanzamiento del álbum “Revólver” y luego la presentación de “El sargento Pimienta”. Imagina a Lennon un día de 1968 en una exposición de una japonesita de apariencia frágil quien respondía al nombre de Yoko Ono. Se casaron en 1970. Posteriormente, Lennon rompió con el grupo y creó su propia banda, la Plastic Ono Band. Mark David Chapman escribió el último capítulo en la vida de John Lennon. El asesino sigue detrás de las rejas, en la cárcel de máxima seguridad de Attica, Nueva York.

sábado, 1 de diciembre de 2007

lolita en el sicologo

Un hombre maduro desea a la «ninfa» Lolita. Para tenerla cerca no dudará en casarse con su madre, que muere luego en un accidente.


J. J. NAVARRO ARISA

Lolita, como todas las grandes novelas, es muchas cosas al mismo tiempo. Es una tragedia, un melodrama y una astuta y precursora paradoja acerca de nuestra sociedad y nuestro tiempo.

Como el mito y la fascinación de la juventud que envuelve a su protagonista, por Lolita no parece pasar el tiempo y, aunque sus supuestos contenidos escabrosos puedan antojársenos un tanto ingenuos en este fin de siglo, las pasiones e interrelaciones humanas que recorren su trama siguen vigentes y ardientes entre nosotros.

Pero Lolita podría ser también un tratado de entomología (la segunda profesión de Nabokov) por la precisión y lo implacable de su desarrollo, por su atmósfera de tragedia contemporánea que la hace actual y atemporal a un tiempo.

Precisión y paradoja, apariencias y deseos secretos que van insinuándose y aflorando hasta la catarsis y la destrucción de sus protagonistas. Vladimir Nabokov es puntillosamente preciso en las descripciones y oblicuo e insinuador con los sentimientos.

La gran pregunta y la gran incitación de Lolita es ¿quién seduce a quién, quién es la marioneta y quién tira de los hilos? ¿El enfebrecido y delicuescente Humbert Humbert, profesor y traductor, que imagina y persigue su objeto de deseo hasta obtener una satisfacción mecánica que no hace sino aumentar su desequilibrio, o la ninfa que parece crecer desde una ingenuidad preconsciente y perturbadora hasta un influjo que se vale astutamente de su supuesta inocencia para manipular a su aparente conquistador? La novela de Vladimir Nabokov no es únicamente una poderosa metáfora de los recovecos del deseo, la seducción y la dominación, sino también una carga de profundidad que explosiona en medio de la convención y la mojigatería de la sociedad en la que se desarrolla.

Humbert es normal hasta que deja de serlo, hasta que Lolita le provoca un clic mental que hace aflorar sus deseos profundos, mucho más poderosos que la máscara y los espejismos de normalidad que le envuelven.

¿Y Lolita? Es la vencedora en el combate de la seducción; su poder aumenta a medida que Humbert se desintegra, pero a la postre su victoria resulta pírrica, porque en su efímera condición de ninfa se oculta su propia vulnerabilidad ante el tiempo, la vulgaridad o la dependencia de otros seductores menos atormentados que el pobre Humbert.

Lolita es, asimismo, la materialización de un fenómeno muy infrecuente en la gran literatura: el cambio de lengua. Nacido en San Petersburgo, educado en Gran Bretaña y naturalizado norteamericano, Vladimir Nabokov es uno de los escritores que han logrado una obra cimera en otra lengua que la materna. Acaso ésa es una más de las paradojas de esta obra mítica, míticamente llevada a la pantalla por Stanley Kubrick, y protagonizada por Sue Lloyd, Shelley Winters, Peter Sellers y James Mason, en la que Nabokov parece decir que todos podemos convertirnos en Humbert y todas las Lolitas están destinadas a dejar de serlo.