martes, 23 de diciembre de 2008

La melodía de las palabras

Se ha convertido en el más famoso de los escritores japoneses pero también en uno de los más exitosos novelistas de su tiempo. Hombre de bajo perfil, ha construido una obra en base a la calidez de su estilo y a la intensidad de sus personajes. Sin embargo, sólo queda admitir que la seducción que ejerce su literatura continúa siendo un exquisito misterio contemporáneo.


La literatura de Haruki Murakami está profundamente conectada al hecho musical. Como a Julio Cortázar y a Nick Hornby, a Murakami la música -en su caso y en el del autor de "Final del juego", el jazz; en el de Hornby, el pop y el rock- lo guía, lo empuja e inspira hacia la construcción de escalas sonoras que se sirven no de notas específicamente sino de palabras.

Probablemente esta cadencia omnipresente, disparada por la virtud de generaciones enteras de músicos de jazz, sea una de las claves de la escritura del gran autor japonés.

Sus historias prefiguran una intención musical. Son un proyecto literario nacido en las aguas fluctuantes de lo no escrito. La literatura de Murakami, suave, simple y atrevida en sus líneas argumentales, se desarrolla cual una obra jazzística que ha encontrado un espacio perfecto donde crecer y refugiarse.

Murakami ha contado en varias ocasiones que, al igual que sucede en el jazz, él no se autoimpone un itinerario. Sencillamente parte de una idea (en el caso de "After Dark" todo nació con la imagen de una chica en un bar y su conversación con un joven músico) y luego improvisa. Sigue adelante.

"Aún hoy, al sentarme frente al teclado de la computadora, pienso que estoy ante un piano y me pongo a tocar, y ya tres décadas después de haberme vuelto un escritor profesional, sigo aprendiendo mucho de la escritura de la buena música. Por ejemplo, todavía tomo la constante autorrenovación de la música de Miles Davis como modelo literario", dijo hace unos meses en una entrevista realizada por Juana Libedinsky para el diario "La Nación".

Sus novelas son generalmente atravesadas por elementos ficcionales o que uno podría suponer no aferrados al mundo real. Poseen una cuota de existencialismo moderno que las ubica en un lugar distinto al del realismo literario pero, también, una pizca de delirio posmoderno que las aleja del surrealismo. Y nadie podría alegar que Murakami es un autor vanguardista.

Su trabajo se impone a través de la textura de las frases, siempre cálidas y amables incluso en el drama, el elemento disparador que permite ese salto a la estructura de lo cotidiano, y el ritmo y el contra-ritmo implícitos en sus estructuras. En ocasiones, Murakami avanza a gran velocidad mediante el uso de extensos e iluminados diálogos para luego poner freno a ese devenir en la forma del retrato minucioso de una escena o del viaje fantástico al interior de alguno de sus personajes.

El misterio es una de las constantes en la obra de Murakami, y no es un misterio radicado específica o exclusivamente en la trama de sus novelas sino en la extraña ansiedad que provoca en el lector. Leer a Murakami es, en parte, querer desentrañar un enigma que trasciende la historia misma.

"Porque, seguro, algo raro sucede entonces, algo muy particular y que no pasa con ningún otro autor que yo recuerde. Uno empieza a leer un nuevo Murakami y se siente un poco incómodo y hasta irritado por ciertos tics y guiños al lector, que se supone cómplice de entrada. Y cuando uno comienza a preguntarse si se habrá terminado el amor o uno ya estará más allá de todo esto, algo hace clic (algo que hasta es posible que se trate de una cuestión no decididamente literaria) y nos descubrimos, otra vez, rendidos y encantados y con una sonrisa en la boca mientras pasan las páginas", ha escrito Rodrigo Fresán.

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