domingo, 28 de septiembre de 2008

Una rebelde lucidez

CON CASI CUATROCIENTAS PÁGINAS, LA ARMONÍA DE H. VIDA Y POESÍA DE LUIS HERNÁNDEZ CAMARERO (JAIME CAMPODÓNICO EDITOR) ES UNA MINUCIOSA APROXIMACIÓN A LA VIDA DE UNA DE LAS VOCES MÁS SINGULARES Y EXCÉNTRICAS DE LA HISTORIA DE LA LITERATURA PERUANA

Por Diego Otero

A fines de 1962 Luis Hernández entró al baño de la Universidad Católica y puso más de veinte ejemplares de Charlie Melnik, su segundo libro, sobre el aparador. "Que los coja quien quiera y los lleven", dijo, ante las miradas atónitas. En ese gesto se dibuja mucho del temperamento del poeta. El suyo es un caso particular en esa suma de particularidades que es la tradición poética peruana. Hernández se preparó desde muy joven para convertirse en un artista importante. Pero su vocación iconoclasta, que hizo que su obra se enmarcara en el desafío y la radicalidad, tuvo -¿tiene?- resistencias.

Al parecer, la escena literaria limeña de mediados de los sesenta no estaba preparada para su primera obra considerable, Las constelaciones (1965), un libro en el que el humor y lo ordinario son tan poetizables como los llamados temas trascendentes. Las constelaciones fue derrotado en el premio El poeta joven del Perú por un libro de Winston Orrillo. Y cuando por fin se publicó, Antonio Cisneros y Francisco Bendezú escribieron reseñas duras, que no calibraban los méritos de un proyecto que, visto a la distancia, estaba empezando a ensanchar los parámetros de la poesía peruana.

Al parecer, Hernández acusó recibo y terminó de alejarse de la institución literaria. Poco a poco fue enfocándose en la construcción de una obra extrema, desde su estructura -abierta, continua, aparentemente desprolija- hasta su distribución, llevada a cabo de mano en mano, en bellas copias ológrafas. A partir de entonces fue generándose un mito que ha ido creciendo como una bola de nieve. Quizá por eso sea tan pertinente la aparición de La armonía de H, de Rafael Romero, una biografía que atraviesa la leyenda y encuentra su núcleo en el contraste de una vasta serie de testimonios.

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En La armonía de H descubrimos que el poeta se movía entre la timidez y la osadía, y que desarrolló su intuición artística desde la infancia, cuando montaba obras de teatro con sus hermanos y amigos y se autoproclamaba "director". Desde chico, sus intereses eran múltiples y variados: la química, el dibujo, la tauromaquia o la astronomía. Se dice que a los 20 años ya podía leer los cielos y explicar al detalle las características de cada constelación. Pero su gran pasión fue la música. Se sabía las obras y las biografías de muchos de los grandes clásicos, y tocaba el piano y el clarinete con talento. En el libro hay una anécdota elocuente. Un Hernández agobiado, con más de treinta años ya, viaja a la selva a encontrarse con unos amigos. De pronto, una tormenta y todos corren a guarecerse. Todos salvo él, que se queda tocando el clarinete, en su pantalón de piyama, bajo la fuerte lluvia.

Al terreno que nunca se aproximó fue al de la política. Romero cuenta que en pleno fervor sesentero Hernández pensaba que el cambio social debía realizarse a través de la cultura. Una vez le dijo a un amigo: "Yo no sé cómo estos buscan gobernar un país, si con las justas pueden gobernarse a sí mismos. Están equivocados".

Esa capacidad para tomar distancia y ver la perspectiva, desde un ángulo insospechado, con esa especie de rebelde lucidez, recorre su obra poética como una espina dorsal. Aunque ahí, lamentablemente, quizás esté lo más flojo en el trabajo de Romero: su aproximación al legado artístico de Hernández es a veces tópica, redundante, simplificadora. ¿No hubiera sido mejor centrarse únicamente en la biografía? De cualquier modo, el escollo no es tan grande como para arruinar la lectura. Y el libro, gracias a su voracidad por escrutar cada paso del poeta, termina siendo emocionante y perturbador.

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Leyendo La armonía de H confirmamos que a Luis Hernández le gustaba dejar un halo brillante de misterio a su paso: su vida cotidiana está plagada de gestos memorables, ocurrentes, bellos. También nobles. Como detener el auto y dejar una cartulina iluminada por dibujos a plumón y poemas en medio de la pista. O las tantas veces que atendía gratis en su consultorio (porque también era médico y psicólogo). La crisis que pudo haberlo conducido a la muerte también está narrada con claridad en el libro, y se descartan las hipótesis más o menos descabelladas que hablan de algún tipo de conspiración política.

"Yo no tengo que morirme para que mi obra sea grande", le dijo una vez Hernández a Quique Wangeman. "Yo sé lo que he escrito. Artistas como yo aparecen uno cada varias generaciones, así como ocurrió con Mozart". La armonía de H es el seguimiento de una de las posibles vidas de Luis Hernández. Pero si recordamos la complejidad de su carácter, sus profundas contradicciones, quizá no nos sea difícil deducir que se podrían escribir tres o cuatro biografías más, distintas, incluso antagónicas. Y, he ahí lo fantástico, que todas podrían seguir siendo ciertas.

fuente: El dominical

viernes, 12 de septiembre de 2008

‘‘Hemingway me cae un poco gordo"

Divagando por la web, encontré un articulo muy interesante que hace que mis expectativas frente a escritores que piensan que dicen acerca de los maestros de la literatura universal; aquí un ejemplo claro de esto: Juan Villoro, escritor mexicano, nos dice lo que piensa de Ernest Hemingway y, como Anton Chejov le cambió la vida... Disfruten y comenten que les parecio esta peculiar nota.

Mexicano Juan villoro revela en libro sus filias con los grandes autores. En De eso se trata habla de Cervantes, Chejov, Borges, Onetti, entre otros.

El escritor mexicano Juan Villoro confesó ayer que de niño apenas leía y que Ernest Hemingway le cayó "gordo" durante mucho tiempo hasta que descubrió que el novelista estadounidense usaba en público una máscara de "charlatán" para preservar su intimidad y poder escribir tranquilo.

Hemingway es uno de los protagonistas del último libro de Villoro, De eso se trata, un compendio de ensayos literarios en el que comparte con el lector el gozo que le produjeron los grandes autores de la literatura universal, desde Cervantes hasta Borges, pasando por Shakespeare y Chejov.

"Es difícil encontrar maneras de comunicarnos uno a uno tan directas como la lectura en un mundo de sobreinformación y en una sociedad del espectáculo", reflexionó en entrevista con Efe.

En su opinión, "el ensayo ahonda y extiende esta idea de la conversación", ya que, a la vez que el escritor conversa con el lector, permite la intervención de otros autores, "voces que van integrando una especie de tertulia".

"El hecho estético, cuando te toca, te cautiva, enseguida sientes la necesidad de compartirlo", porque "hablar de lo que te ha gustado es una forma de redoblar el gusto", afirmó para justificar su inclinación por ese género literario.

El título de la obra, De eso se trata, lo extrajo de la traducción realizada por el poeta español Tomás Segovia de la frase del monólogo de "Hamlet" que sigue al "To be or not to be" ("Ser o no ser").

El escritor y sociólogo mexicano, hijo de catalán y que vivió varios años en España, admitió que tuvo relaciones muy dispares con los escritores comentados en De eso se trata.

"Hemingway me cae medio gordo, se me hace muy pesado", dijo sobre el autor de El viejo y el mar, con quien tuvo "una relación muy neurótica", "un romance con muchos altibajos".

"Primero lo admiré muchísimo por su literatura y por su vida; después me pareció un personaje un tanto caricaturesco, charlatán, un juerguista impenitente, un macho que mataba leones y que comparaba el tamaño de su sexo con el pobre (Francis Scott) Fitzgerald, que se ufanaba de sus romances", explicó.

"Luego fui entendiendo que ese personaje era una fachada para preservar una zona de intimidad y de soledad que era donde escribía una obra excepcional", aclaró.

Otros resultaron "más cercanos" para él, como los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, y el uruguayo Juan Carlos Onetti.

El italiano Giacomo Casanova logró más que ningún otro plasmar "la identidad entre hombre y obra", porque resultó "inseparable el destino que tuvo con su escritura", pese a algunas licencias.

EL MODELO CHEJOV

Pero sin duda fue el ruso Anton Chejov el que más lo cautivó.

"Nada me gustaría más que parecerme a Chejov en forma de vida, en conducta moral, en escritura", reveló.

Al referirse a su próxima novela de ficción, titulada El libro salvaje, Villoro admitió que la pasión por la literatura le llegó relativamente tarde.

"Yo nunca fui un gran lector de niño; en mi casa no había libros para niños", lamentó al recordar que sus padres eran universitarios, por lo que tenían materiales muy densos.

"No fue sino hasta las vacaciones previas al bachillerato, a los 15 años, cuando un amigo me pasó una novela del mexicano José Agustín" que hablaba justamente de esa época vital para un adolescente.

Inmediatamente "empecé a escribir convirtiéndome en uno de los autores más incultos de la historia, porque solamente había leído un libro y ya quería escribir", dijo en tono irónico.

EL DATO

Obra anunciada. Juan Villoro también tiene otro libro que presentará en noviembre en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Se titula El libro salvaje, cuenta la historia de un libro que nunca ha sido leído y va dirigido a lectores de once a 14 años.

Libro de Jorge L. Borges en disputa judicial

Se trata de reedición de Literaturas germánicas medievales. Es de coautoría con María Esther Vázquez.

Una obra que Jorge Luis Borges publicó en 1966 junto a su amiga y biógrafa María Esther Vázquez será reeditado tras una disputa judicial entre la autora y la viuda del escritor argentino, María Kodama, informó ayer la prensa local.

Se trata de Literaturas germánicas medievales, que remite a una de las grandes pasiones de Borges y cuya publicación correrá por cuenta de la editorial Emecé, señaló el periódico Clarín. Según Vázquez, la reedición del libro había sido prohibida por la viuda del escritor y por ello recurrió a la Justicia, pero el abogado de Kodama, Osvaldo Luis Vidaurre, le aseguró al diario que todo se trató de un malentendido. "Se levantó un acta y hubo un acuerdo entre las partes, pero a nosotros María Esther Vázquez nunca nos demandó nada", dijo el letrado. Pero Vázquez, coautora junto al creador de El Aleph de Introducción a la literatura inglesa, insistió en que "hubo una sentencia del juez" en julio de este año.

fuente: Diario La Republica

martes, 9 de septiembre de 2008

Manuel Scorza, 80 años después

Un día como hoy nació en Lima el autor de Redoble por rancas. Su saga novelística narró la épica de los Andes. También fue un destacado poeta.

Pedro Escribano.

Manuel Scorza, el autor flamígero de los poemas de Las imprecaciones y de la saga novelística que inició con Redoble por Rancas, hoy en día hubiera cumplido 80 años de vida. El también autor de La tumba del relámpago nació en Lima, pero su imaginación justiciera galopó por los Andes, por la serranía del pueblo de Rancas, donde los pastizales de los comuneros eran cercados con alambres de púas por la minera Cerro de Pasco Corporation.

Ante ese abuso, el escritor tomó las armas, es decir, su pluma. Desde las canteras de su creatividad enfiló una verdadera fuerza de caballería en defensa de los campesinos y narró una verdadera épica en los Andes. Así nació la saga narrativa que llamó "La guerra silenciosa" –Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago– en la que los personajes de ficción son, en muchos casos, para que lo coteje la Historia, de carne y hueso.

Entre Lima y los andes

No es raro hallar textos que señalan que Manuel Scorza nació en Acoria, en Huancavelica. No es verdad. El escritor nació en la Maternidad de Lima el 9 de setiembre de 1928. La confusión de Acoria como lugar de su nacimiento se debe a que como el niño Manuel sufría de los bronquios, sus padres lo llevaron muy niño a la sierra de Huancavelica.

Scorza estudió en el Colegio Leoncio Prado. Allí, el colmo de la osadía, clandestinamente junto a otros compañeros leía La Tribuna y se hizo aprista. Pero años después, cuando el APRA tomó otros rumbos, renunció ante el líder aprista con la célebre carta "Goodbye, míster Haya".

El escritor se solidarizó con los humildes, como intelectual y como ciudadano, como poeta y novelista. Leíanos en una nota de César Lévano que Scorza una vez escribió que "en el mundo hay cuatro estaciones; en los Andes cinco: primavera, verano, otoño, invierno y masacre".

Estaba convencido de que la literatura era un arma. Para él no existía lo mágico. "La literatura, en cambio, nace de la hirviente realidad. En ese sentido, es el único sector de la ideología latinoamericana que refleja hechos: no se alimenta con imágenes de hechos deformados por la presbicia de imágenes culturales colonizadas" (texto inédito, LR, 10/09/2006).

Pero tras el novelista, también está el poeta. Juan Gonzalo Rose subrayó su estatura de poeta épico (y poeta lírico también). "Sus poemas no son de esperanza. En los jóvenes creadores de la poética social latinoamericana, a los cuales él se ha afiliado, hallamos siempre, como sostén, la gozosa esperanza; esperanza derivada de un conocimiento científico del devenir humano, de una fe invencible y militante. Solo algunos cantos de su libro se hallan vestidos de este fulgor esperanzado; pero, en general, el tono predominante en su obra es el amargo, casi el desesperado (...)". (Texto inédito, LR, 26/11/2003).

Manuel Scorza murió 28 de noviembre de 1983, en un accidente de aviación, en Barajas, España. Pero no oscureció. El relámpago persiste.

fuente: Diario La republica.